Era la gran incógnita y la que todos esperaban conocer desde hacía mucho tiempo. La llama empezó a recorrer por el gran estadio construido para la ocasión ante miles y miles de japoneses. Pasaba de mano en mano en una interminable seguidilla de postas. Hasta que apareció él. Desconocido para la multitud y para el mundo, pero con una historia dura y esperanzadora sobre sus hombros. No había nacido cualquier día. Era un chico que su partida de nacimiento reflejaba uno de los momentos más crueles y estúpidos de la historia de la humanidad. Iba a ser el encargado de dar por iniciados los Juegos Olímpicos de un país que hacía tan sólo 19 años antes terminó devastado por la guerra. Era Yoshinori Sakai, el niño de la bomba, el chico que nació en Hiroshima el mismo día que la ciudad quedó en cenizas y cientos de miles de sus vecinos quedaban reducidos a cenizas. Él, 19 años después, en Tokio 1964, era el símbolo de la reconstrucción, de un país que nunca bajó los brazos ni en el peor de los momentos. Y los juegos eran la gran excusa para demostrarlo al mundo.
El Comité Olímpico Internacional eligió ayer, en Buenos Aires, a la próxima ciudad que tendrá el honor de ser la máxima cita del deporte amateur. Y volvió a ser Tokio, la capital de Japón, y hogar de más de 13 millones de personas. Y se produce dos años y medio después de un desastre natural y nuclear que afectó a parte de ese país, pero que, sobre todas las cosas, dejó enseñanzas y demostró una vez más, y como en tantas otras, la fortaleza del pueblo nipón.
Mucho se dirá sobre si el Comité Olímpico apostó al poderío financiero de Japón (3º economía del planeta), o si poco importó que aún no esté resuelto el desastre nuclear de Fukushima (a más de 200 km de Tokio, vale aclarar), pero así como se confió en Japón en los sesenta, algo similar sucede con Tokio 2020. Es una apuesta a la sorpresa, a ver con qué nos van a cerrar la boca esta vez los japoneses.
Recordaba por ahí que en el mundial de Corea – Japón en 2002, muchos periodistas miraban sorprendidos por una innovación que no existía en casi el resto del mundo: teléfonos celulares con cámara de foto. Era algo de otro planeta. Como lo debe haber sido en el 64 cuando los periodistas de todo el mundo llegaron a Tokio y vieron lo que ellos llamaban «Shinkansen» o tren bala, un tren que podía unir la capital con Osaka a 210 km/h (hace pocos días, Japón estrenó el primer tren Maglev o magnético, que funciona a 500 km/h). O la posibilidad de transmitir por la TV en Japón y Estados Unidos por primera vez a colores y por vía satélite porque, claro, estábamos en plena carrera a la Luna. En los Juegos se introdujeron innovaciones para medir con más precisión los tiempos. Y Para el mundo, quedó la sensación de que un país se puede recuperar cuando hay ganas de que así sea.
Faltan 7 años para Tokio 2020, pero de la misma forma que Sakai encendió la llama en los 60, la invitación es para descubrir el mañana e inspirar al mundo.