Por cuestiones de tiempo no pude comentarles mucho sobre el viaje que hice a principios de año a los Estados Unidos. Pero el 50 aniversario del asesinato de John F. Kennedy me pareció un buen momento para retratarles uno de los momentos que viví en el viaje.
Si hay algo que les gusta a los norteamericanos son los autos y toda la industria automotriz tiene mística, tiene vida propia. No es una simple rivalidad entre marcas, el auto forma parte desde hace más de 100 años de la vida de los estadounidenses en cada una de las rutas, en cada una de las familias.
Un lugar en donde se puede ver todo eso y muy bien documentado es el Museo Henry Ford en Dearborn, Michigan, cuna de la industria automotriz norteamericana. Porque ahí está nada más y nada menos que el Lincoln Continental en el que asesinaron a John F. Kennedy aquella mañana de 1963 en Dallas.
Se trata de uno de los varios autos presidenciales que acompañan la muestra permanente del museo, pero este, sin dudas, es uno de los que más recuerda toda la humanidad. Porque todos vimos ese momento una y otra vez en películas, series y documentales. Ese momento en el que Kennedy recibe el disparo y su esposa, Jackie, horrorizada, sale buscando auxilio sobre el baúl del auto, mientras el conductor y los agentes del Servicio Secreto empiezan a correr.
Obviamente, este hecho cambió para siempre la forma en la que los presidentes estadounidenses se muestran en público. Y fue por eso que el Servicio Secreto le sumó un techo, varias medidas adicionales de seguridad y mejoras en el motor. El Lincoln Continental siguió formando parte de la flota de los presidentes y este mismo auto fue usado por los presidentes Johnson, Nixon, Ford y Carter.
En 1977 el auto fue “jubilado”, pero su historia trágica sigue estando ahí, en uno de sus asientos. Y visible ante todo el mundo que quiera ir y rendir su homenaje al lugar donde fue asesinado uno de los presidentes estadounidenses.
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