El escándalo empezó la semana pasada y empezó a crecer y crecer como una reacción en cadena. Volkswagen, el mayor fabricante de autos del planeta, instaló un software en ciertos vehículos que se activaba únicamente cuando el auto era sometido a un test de gases CO2. Sólo en esos casos, la emisión de CO2 disminuía pues lo que hacía el motor diesel era reducir su potencia un 40%. Se estima que 11 millones de autos tienen este software que es ilegal en EE.UU. como en Europa. Está claro que el software no pudo haberse instalado sin que los altos mandos desconocieran sobre esto.
Volkswagen admitió este martes que el dispositivo para hacer trampa había sido colocado en once millones de coches en todo el mundo y en varias marcas de sus vehículos. El fabricante alemán anunció además haber aprovisionado 6.500 millones de euros en el tercer trimestre para enfrentar las consecuencias potenciales del escándalo.
El gigante alemán, coronado recientemente número uno mundial de venta de automóviles delante el japonés Toyota, podría enfrentarse a una multa de hasta 18.000 millones de dólares. Además es probable que tenga que llamar a revisión a todos los vehículos implicados en el escándalo, lo que podría costarle miles de millones de dólares. Y también asumir el costo de las inevitables acciones judiciales pública y, eventualmente, privadas. Sobre este punto, ya hay investigaciones en distintos países en donde Volkswagen vende autos, como Corea del Sur y Francia. Mientras tanto, las acciones del gigante alemán se desplomaron a niveles inéditos en las bolsas del mundo y se desconoce cuál puede ser el resultado final de todo esto.
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