El acceso a Okunoshima no es para los que buscan facilidad. Aventurarse a esta isla, situada a unos 90 km de Hiroshima, implica un viaje en tren bala (Shinkansen), seguido por un servicio de autobús con horarios limitados y un ferry. A pesar de la travesía, este destino ofrece una experiencia única, especialmente diseñada para los más jóvenes: la famosa isla japonesa de los conejos.
Esta isla no es vasta en extensión. Apenas se desembarca, se puede recorrerla a pie en un lapso de dos horas. Sus densos bosques a menudo brindan un clima fresco incluso durante el verano japonés. Los mil simpáticos conejos, sin amenazas depredadoras como perros o gatos, reinan en este terreno de 4 km de largo por 1.5 de ancho. Los visitantes pueden deleitarse viendo y alimentando a estos animales, aunque la comida para ellos solo se vende antes de abordar el ferry.
¿Cómo llegaron estos conejos a la isla?
Hasta el comienzo del siglo XX, Okunoshima era habitada por familias de pescadores. Durante la Segunda Guerra Mundial, el Ejército imperial japonés la seleccionó para experimentos secretos de armas químicas, aprovechando su ubicación remota y vegetación densa. A pesar de la prohibición del uso de armas químicas según el Protocolo de Ginebra de 1925, Japón mantuvo este proyecto oculto, llegando incluso a eliminar la isla de los mapas.
Inicialmente, estos adorables conejos eran víctimas de estos experimentos durante la guerra. Al término del conflicto, se dice que los animales sobrevivientes fueron liberados, aunque muchos murieron con el cierre de la fábrica de armas químicas. La teoría predominante sobre los conejos actuales apunta a una pareja que soltó algunos de ellos en la década de 1970, desencadenando su crecimiento poblacional hasta alcanzar los mil ejemplares actuales.
Recorriendo la isla, es común encontrar ruinas de los edificios militares abandonados hace más de 74 años, consumidos gradualmente por la naturaleza. Para muchos japoneses, Okunoshima sirve como un recordatorio del impacto humano en la guerra, independientemente de los bandos involucrados.
El Museo del Gas Venenoso, establecido en 1988, constituye un punto focal para comprender la historia de la isla. Hatsuichi Murakami, ex empleado de la fábrica de armas químicas y curador del museo, expresó en 1995 al New York Times: «Mi deseo es que las personas visiten tanto el museo de la bomba nuclear de Hiroshima como este, para que vean que los japoneses fueron víctimas y agresores durante la guerra. Espero que reconozcan la importancia de la paz al ver ambas perspectivas».
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