En la década de 1980, Japón se enorgullecía de ser una sociedad segura y próspera. Sin embargo, esta percepción de seguridad se vio sacudida por una serie de crímenes audaces que aterrorizaron a la nación y expusieron la vulnerabilidad de sus empresas más emblemáticas. El caso que se lo conoció popularmente como el «incidente Glico-Morinaga» fue una saga de secuestros, extorsión y amenazas de envenenamiento, se grabó en la memoria colectiva de Japón como un recordatorio de que incluso en la nación más ordenada, la oscuridad puede acechar.
En 1984, un fantasma emergió de las sombras, desafiando a las autoridades y sembrando el pánico entre la población. Un grupo misterioso, conocido como «El Monstruo de las 21 Caras», se convirtió en la peor pesadilla de la industria alimentaria japonesa. Este nombre, tomado de una novela del famoso autor Edogawa Rampo, presagiaba la naturaleza escurridiza y teatral del grupo criminal. Durante 17 meses, el Monstruo de las 21 Caras mantuvo a Japón en vilo, ejecutando un plan maestro de terror corporativo que desafió los cimientos de la sociedad japonesa.
Su modus operandi era tan audaz como desconcertante. El grupo no solo buscaba ganancias financieras, sino que también parecía deleitarse con la humillación pública de las autoridades y la generación de un miedo generalizado. Sus acciones, meticulosamente planificadas y ejecutadas, revelaron una profunda comprensión de las tácticas policiales y un desprecio cínico por las normas sociales.
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El secuestro del presidente de Glico Katsuhisa Ezaki
La tranquilidad de un domingo por la tarde del 18 de marzo de 1984 se vio interrumpida por un acto criminal que conmocionó a Japón. Katsuhisa Ezaki, presidente de la reconocida empresa de confitería Ezaki Glico, fue secuestrado de su propia casa en la ciudad de Ashiya, prefectura de Hyogo.
Dos hombres armados irrumpieron en la propiedad de Ezaki, una finca protegida por un muro de ladrillo, alrededor de las 9 pm. Primero, entraron en la casa de la madre de Ezaki, que vivía en un edificio separado dentro de la propiedad. La sometieron y la ataron, buscando la llave de la casa del presidente. A pesar de que la madre de Ezaki no cedió a sus demandas, los intrusos encontraron las llaves y procedieron a entrar a la mansión de Ezaki, atando a su esposa e hijos a punta de pistola.
Un detalle escalofriante del secuestro es que los asaltantes sabían la rutina de Ezaki. La investigación reveló que Ezaki tomaba un baño todos los días entre las 9 pm y las 10 pm, lo que indica que los secuestradores conocían el momento perfecto para atacar. Además, uno de los secuestradores se dirigió a la hija de 7 años de Ezaki por su nombre, Mariko, lo que sugiere un conocimiento previo de la familia.
Los secuestradores se llevaron a Ezaki desnudo de su baño, dejando a la familia atada en la casa. La esposa de Ezaki logró liberarse y notificó a la policía 30 minutos después. A pesar del trauma, la familia Ezaki logró reunir la suma exigida: mil millones de yenes y 100 libras de oro, una fortuna equivalente a $10 millones de dólares en ese momento. Sin embargo, el plan de los secuestradores se frustró. Tres días después del secuestro, Ezaki apareció milagrosamente en una comisaría, alegando haber escapado de un almacén en Ibaraki, Osaka..
La repentina aparición de Ezaki y su relato de la fuga despertaron las sospechas de la policía, que comenzó a considerar la posibilidad de un secuestro simulado. El incidente, que inicialmente se mantuvo en secreto, llegó a los medios de comunicación, generando una ola de especulaciones y miedo en todo Japón. Este secuestro marcó el inicio de una pesadilla para Ezaki y su empresa, y el preludio de la aparición de una amenaza aún mayor: el Monstruo de las 21 Caras.
Nace el monstruo de las 21 caras
A pesar del regreso de Ezaki, la pesadilla para él y para Glico apenas comenzaba. El secuestro fue solo el primer acto de un drama criminal que se desarrollaría durante 17 meses, manteniendo a Japón en vilo y desafiando a las autoridades.
Dos semanas después del secuestro, varios vehículos de la empresa fueron incendiados en el estacionamiento de Glico. El fuego, un acto de intimidación y desafío, fue seguido por una serie de cartas enviadas a periódicos locales. Estas cartas, escritas en un tono burlón y desafiante, revelaron al autor de los crímenes: un grupo autodenominado «El Monstruo de las 21 Caras».
Este nombre, inspirado en el villano de la novela El Fantasma con Veinte Caras de Edogawa Rampo, se convirtió en sinónimo de terror para la sociedad japonesa. El Monstruo de las 21 Caras, al igual que su contraparte ficticia, era un maestro de la manipulación, el engaño y el disfraz. Sus acciones eran impredecibles y sus motivaciones, un misterio.
Las cartas enviadas a la prensa no solo reivindicaban la responsabilidad por el secuestro de Ezaki y los incendios provocados, sino que también se burlaban de la incapacidad de la policía para atraparlos. En una de las cartas, el Monstruo de las 21 Caras se dirige a la policía como «tontos» y les pregunta: «¿Son estúpidos? Hay tantos de ustedes, ¿qué demonios están haciendo?» El tono arrogante y desafiante de las cartas, junto con la incapacidad de la policía para identificar o detener a los culpables, aumentó la sensación de impotencia y miedo en la sociedad.
Las amenazas del Monstruo de las 21 Caras no se limitaban a la violencia física. En un giro siniestro, el grupo comenzó a amenazar con envenenar productos Glico con ácido clorhídrico, un químico altamente corrosivo. La policía descubrió un contenedor con esta sustancia en el edificio principal de la empresa, confirmando la seriedad de las amenazas.
La combinación de violencia, amenazas de envenenamiento y burlas públicas a la policía creó un clima de terror e incertidumbre. La reputación de Glico se vio afectada, los consumidores temían comprar sus productos y la confianza en la capacidad de las autoridades para garantizar la seguridad pública se debilitó. El Monstruo de las 21 Caras había logrado no solo aterrorizar a una empresa, sino a toda una nación.
El pánico por el cianuro: el Monstruo ataca a la industria alimentaria
Las amenazas del Monstruo de las 21 Caras escalaron a un nuevo nivel de terror cuando el grupo comenzó a amenazar con envenenar productos alimenticios con cianuro de potasio. En mayo de 1984, Glico recibió una carta del Monstruo anunciando que habían contaminado dulces con cianuro y los distribuirían en las tiendas. Esta amenaza sin precedentes provocó el pánico entre los consumidores japoneses.
Glico retiró inmediatamente todos sus productos de los estantes, lo que resultó en pérdidas de 21 millones de dólares y el despido de 450 empleados de medio tiempo. A pesar de los esfuerzos de la empresa, un hombre fue captado por las cámaras de seguridad colocando una caja de dulces Glico en un estante de una tienda, lo que sugiere que el Monstruo cumplía sus amenazas. A este sospechoso se le conoció como «el hombre del video».
El miedo al cianuro se extendió rápidamente por todo Japón, afectando no solo a Glico, sino a toda la industria alimentaria. Las ventas de dulces se desplomaron, las empresas intensificaron las medidas de seguridad en sus paquetes y la población se mostraba temerosa de consumir cualquier producto que pudiera haber sido contaminado.
En septiembre de 1984, Morinaga, otra empresa de confitería, se convirtió en el nuevo objetivo del Monstruo. Una carta dirigida a «las madres de la nación» anunciaba que se había añadido cianuro a los productos Morinaga, advirtiendo a las madres que no compraran dulces para sus hijos. Se encontraron productos Morinaga contaminados con cianuro en tiendas desde Hakata hasta Tokio, confirmando la amenaza. La policía intensificó la búsqueda del Monstruo, pero sus esfuerzos se vieron frustrados una y otra vez.
El pánico por el cianuro marcó un punto álgido en el caso Glico-Morinaga. Las amenazas del Monstruo habían trascendido la extorsión dirigida a empresas específicas, convirtiéndose en un ataque a la seguridad alimentaria de toda la nación. El miedo generalizado y la incapacidad de la policía para controlar la situación pusieron en evidencia la vulnerabilidad de la sociedad japonesa ante un enemigo invisible y despiadado.
Persiguiendo sombras: la policía contra el Monstruo
La policía japonesa se enfrentó a un desafío sin precedentes en el caso Glico-Morinaga. El Monstruo de las 21 Caras, con su astucia y su capacidad para evadir la captura, los mantuvo en jaque durante meses, burlándose de sus esfuerzos y exponiendo sus debilidades.
La policía desplegó un enorme operativo para capturar al Monstruo. Se establecieron líneas directas para recibir información, se analizaron miles de pistas y se interrogó a un gran número de sospechosos. Se calcula que más de 1.300.000 agentes participaron en la investigación, pero el Monstruo siempre parecía estar un paso adelante.
Una de las mayores dificultades para la policía fue la falta de un móvil claro. Si bien la extorsión era un elemento central del caso, las acciones del Monstruo a menudo parecían motivadas por un deseo de humillar a las autoridades y sembrar el caos, más que por obtener ganancias financieras. Esto hizo que fuera difícil predecir sus próximos movimientos y establecer un perfil psicológico preciso.
Las tácticas del Monstruo también dificultaron la investigación. Utilizaban teléfonos públicos para comunicarse, cambiaban constantemente de vehículos y recurrían a intermediarios para entregar mensajes y recoger el dinero, lo que hacía casi imposible rastrearlos.
La policía tuvo varias oportunidades de capturar al Monstruo, pero las dejó escapar. En junio de 1984, durante un intento de extorsión a la empresa Marudai, un agente encubierto vio a un sospechoso (conocido como «el hombre de ojos de zorro») en un tren, pero no lo detuvo porque tenía órdenes de esperar a que el sospechoso intentara recoger el dinero. El hombre de ojos de zorro, al darse cuenta de que estaba siendo vigilado, desapareció entre la multitud.
En noviembre de 1984, durante otro intento de extorsión, esta vez a House Food Corporation, la policía volvió a avistar al hombre de ojos de zorro. En esta ocasión, un agente lo vio de cerca mientras conducía una furgoneta, pero no lo persiguió porque tenía órdenes de no interferir con el intercambio de dinero. Más tarde se descubrió que la furgoneta abandonada por el hombre de ojos de zorro contenía un transmisor de radio que interceptaba las frecuencias de la policía, lo que demostraba que el Monstruo estaba al tanto de los movimientos de las autoridades.
La frustración y la presión por resolver el caso llevaron a una tragedia en agosto de 1985. El superintendente de la policía de la prefectura de Shiga, Shoji Yamamoto, se suicidó tras sentirse responsable del fracaso de la operación para capturar al hombre de ojos de zorro durante el incidente de House Food. Yamamoto se inmoló en su jardín.
La muerte de Yamamoto marcó un punto de inflexión en el caso. Cinco días después, el Monstruo de las 21 Caras envió su última comunicación, anunciando el fin de sus actividades criminales. En un acto de cinismo y crueldad, el Monstruo se burló de la muerte de Yamamoto, llamándolo «estúpido», pero también le ofreció sus «condolencias».
La policía nunca logró descubrir la identidad del Monstruo de las 21 Caras.
Un final abrupto: la despedida del Monstruo de las 21 Caras
Tras la muerte del superintendente Yamamoto, el Monstruo de las 21 Caras envió una última carta a los medios, una despedida escalofriante que mezclaba la burla con una extraña muestra de respeto por el oficial fallecido. En esta carta, el Monstruo se jactaba de la ineficacia de la policía, burlándose de sus esfuerzos durante el último año y cinco meses. Sin embargo, también expresaron un cierto grado de «compasión» por Yamamoto, alabando su «valentía» al quitarse la vida y afirmando que habían decidido detener sus actividades criminales en su honor.
Este final abrupto, marcado por el suicidio de un oficial de policía y la enigmática despedida del Monstruo, dejó a la sociedad japonesa con más preguntas que respuestas. ¿Por qué el Monstruo decidió detenerse? ¿Fue realmente por respeto a Yamamoto o había otros factores en juego? ¿Acaso la presión policial finalmente había dado sus frutos o el Monstruo había logrado sus objetivos?
La carta final también revelaba un aspecto perturbador de la psicología del Monstruo: la fascinación por el caos y la destrucción. Al afirmar que tenían «cosas más importantes que hacer que acosar a empresas» y que disfrutaban de la vida como «chicos malos», el Monstruo dejaba entrever una motivación que iba más allá de la simple extorsión. Parecían deleitarse con el miedo y la incertidumbre que habían sembrado en la sociedad.
A pesar de la promesa del Monstruo de cesar sus actividades, el miedo y la desconfianza persistieron en Japón. La población se preguntaba si realmente habían desaparecido o si estaban planeando un regreso aún más aterrador. El Monstruo de las 21 Caras, aunque en silencio, siguió proyectando una larga sombra sobre la sociedad japonesa.
El misterio sin resolver: quién era el Monstruo de las 21 Caras
A pesar de los intensos esfuerzos de la policía japonesa y la atención mediática que recibió el caso, la identidad del Monstruo de las 21 Caras sigue siendo un misterio hasta el día de hoy. El caso se cerró oficialmente en el 2000, al expirar el plazo de prescripción de los delitos, sin que se llegara a una conclusión definitiva sobre quiénes eran los responsables de aterrorizar a Japón durante 17 meses.
La investigación arrojó varios sospechosos e hipótesis, pero ninguna ha sido confirmada:
- Manabu Miyazaki: el hijo de un jefe Yakuza, Miyazaki, fue considerado el principal sospechoso por su parecido con los bocetos policiales del «hombre de ojos de zorro» y su historial de activismo anti-policía y denuncias contra Glico. Sin embargo, Miyazaki siempre negó su participación en el caso y proporcionó una coartada para su paradero durante los eventos clave. A pesar de su muerte en 2022, algunos investigadores aún lo consideran el principal sospechoso.
- Grupos Yakuza: la policía también investigó la posible participación de grupos Yakuza en el caso, considerando que la complejidad de las operaciones y la violencia empleada podrían ser indicativos de una organización criminal sofisticada. Sin embargo, no se encontraron pruebas concluyentes que vincularan a ningún grupo Yakuza con el Monstruo.
- Grupos de Extrema Izquierda y Derecha: la Comisión Nacional de Seguridad Pública de Japón investigó a varios grupos extremistas como posibles sospechosos, considerando que la motivación del Monstruo podría haber sido política o ideológica. Sin embargo, al igual que con los grupos Yakuza, no se encontraron pruebas concluyentes.
- Corea del Norte: en el 2000 surgieron rumores en la prensa japonesa que apuntaban a la posible participación de Corea del Norte en el caso. Sin embargo, estas acusaciones nunca fueron confirmadas.
La falta de un móvil claro, la sofisticación de las operaciones del Monstruo y su capacidad para evadir la captura durante tanto tiempo han alimentado numerosas especulaciones y teorías. La verdadera identidad del Monstruo de las 21 Caras, al igual que sus motivaciones, permanece oculta en las sombras, convirtiendo este caso en uno de los misterios más intrigantes de la historia criminal de Japón.
Los cambios en la industria alimenticia japonesa tras el incidente Glico-Morinaga
Las amenazas del Monstruo de las 21 Caras tuvieron un impacto profundo en la industria alimentaria japonesa, obligándola a implementar cambios significativos para recuperar la confianza del consumidor y garantizar la seguridad de sus productos.
- Empaques Inviolables: Una de las consecuencias más visibles del caso fue la adopción de empaques inviolables para los productos alimenticios. El miedo a la contaminación por cianuro llevó a las empresas a rediseñar sus empaques para que fuera evidente si habían sido manipulados. Glico, por ejemplo, implementó un sistema de empaquetado que hacía imposible volver a sellar el producto una vez abierto. Esta medida buscaba tranquilizar a los consumidores, demostrando que la empresa tomaba en serio la seguridad alimentaria y que estaba tomando medidas para prevenir futuras contaminaciones.
- Mayor Control de Calidad: El caso Glico-Morinaga también provocó una mayor atención a los controles de calidad en la industria alimentaria. Las empresas se vieron obligadas a reforzar sus protocolos de seguridad en todas las etapas de la producción, desde la recepción de materias primas hasta la distribución de los productos terminados.
- Cooperación con las Autoridades: La industria alimentaria también fortaleció su cooperación con las autoridades para prevenir y responder a futuras amenazas. Se establecieron canales de comunicación más fluidos con la policía y las agencias de seguridad alimentaria para compartir información y coordinar acciones en caso de nuevas amenazas de contaminación o extorsión.
- Medidas Preventivas: Tras el caso, las empresas implementaron una serie de medidas preventivas para disuadir a potenciales imitadores. Se intensificó la seguridad en las fábricas y almacenes, se implementaron sistemas de vigilancia más sofisticados y se capacitó al personal para detectar y responder a posibles amenazas.
- Impacto en la Legislación: El caso Glico-Morinaga también tuvo repercusiones a nivel legislativo. La gravedad de las amenazas y la vulnerabilidad que expuso en la cadena alimentaria impulsaron la creación de leyes más estrictas para la seguridad alimentaria. En particular, se aprobó la «Ley Glico» (Ley Especial para la Prevención de la Contaminación de Alimentos en Circulación), que endureció las penas para los delitos relacionados con la contaminación de alimentos y estableció mecanismos más efectivos para la detección y control de sustancias peligrosas en la cadena alimentaria.
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Una respuesta a «El monstruo de las 21 caras: el caso que aterrorizó a Japón entre 1984 y 1985»
[…] fue secuestrado, y la empresa fue objeto de extorsión. Los perpetradores, que se autodenominaban «El Monstruo de las 21 Caras», exigieron un rescate y amenazaron con envenenar los productos de Glico si no se cumplían sus […]