Para muchos, el aeropuerto de Narita es la puerta de entrada principal de Japón. Lo que pocos saben es que en plena pista está la historia de un hombre que se resistió a vender su terreno para la construcción de esta megaterminal aeroportuaria. Enclavada entre las pistas de aterrizaje y despegue, una pequeña granja con su modesta casa de campo persiste, desafiando la lógica aeroportuaria y la magnitud de la infraestructura que la rodea.
La saga de la granja de la familia de Shito no es una anécdota moderna. La historia empieza en la segunda mitad del siglo XX, en los albores de la planificación del Aeropuerto de Narita, originalmente concebido como el Nuevo Aeropuerto Internacional de Tokio. En la década de 1960, Japón, en plena efervescencia económica y con la vista puesta en un futuro global, proyectó la construcción de una mega-infraestructura aérea para satisfacer la creciente demanda de tráfico aéreo. El lugar elegido fue un área rural en la prefectura de Chiba, al este de Tokio, un paisaje de campos de cultivo y pequeñas comunidades agrícolas que pronto se vería irrevocablemente transformado.
La adquisición de tierras para un proyecto de esta envergadura nunca es un proceso exento de fricciones. Los agricultores locales, muchos de los cuales habían cultivado sus tierras durante generaciones, vieron sus medios de vida y su legado amenazados. La resistencia fue feroz, con protestas, enfrentamientos e incluso tragedias que marcaron los primeros años del proyecto Narita. Si bien la mayoría de los propietarios finalmente cedieron ante las expropiaciones y las compensaciones ofrecidas, un puñado de familias se mantuvo firme, arraigadas a sus propiedades con una determinación inquebrantable.
Una batalla legal histórica
La granja de Takao Shito se encontraba, para consternación de los planificadores del aeropuerto, directamente en el trazado de la segunda pista de Narita. Las negociaciones para la venta de la propiedad fueron intensas y prolongadas, pero Shito, siguiendo los pasos de su padre, se negó categóricamente a abandonar la tierra que había alimentado a su familia y que consideraba su patrimonio inalienable. Argumentaba, no solo por el valor monetario de la tierra, sino por el profundo vínculo cultural y ancestral que lo unía a ella.
Ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo, y con la necesidad apremiante de que el aeropuerto entrara en funcionamiento, las autoridades se vieron obligadas a tomar una decisión sin precedentes: construir el aeropuerto alrededor de la granja. El resultado es la curiosidad arquitectónica y logística que observamos hoy: una pista de aterrizaje (la pista B, o 16L/34R) que se curva suavemente en su centro para esquivar la propiedad de Shito, y una segunda pista (la pista A, o 16R/34L) que se extiende hasta las inmediaciones de la granja, con un sistema de acceso terrestre especialmente diseñado para el agricultor.

La presencia de la granja afecta la eficiencia del aeropuerto, requiriendo rutas de rodaje más largas para las aeronaves y limitaciones en el uso de la pista, especialmente para los aviones más grandes que necesitan toda la longitud para despegar o aterrizar de forma segura. Además, la proximidad de la granja a las pistas plantea constantes preocupaciones sobre la seguridad, tanto para los aviones como para los ocupantes de la propiedad. El ruido de los motores a reacción es ensordecedor, las vibraciones constantes y la fumigación, aunque controlada, se ha convertido en parte de la rutina diaria de Shito.
Takao Shito, quien heredó la lucha y la tierra de su padre, continúa cultivando sus parcelas de verduras y frutas, como lo han hecho sus ancestros durante siglos. Su día a día está marcado por el rugido de los motores de los aviones que despegan y aterrizan a pocos metros de su hogar. Los pilotos, al pasar por encima de la granja, a menudo tienen una vista inusual de un campo verde en medio de una vasta extensión de asfalto. La granja se ha convertido en un punto de referencia para las tripulaciones aéreas y en una curiosidad para los pasajeros que logran divisarla.