En Japón, la compra de un libro va más allá de una simple transacción comercial: es una experiencia que garantiza, por encima de todo, la discreción del lector. Recientemente, el conocido youtuber AllstarSteven difundió un video donde muestra una práctica habitual en las librerías niponas: en lugar de colocar el libro recién adquirido en una bolsa de papel, el dependiente envuelve cuidadosamente la tapa con una hoja de papel blanca o neutra, cubriendo por completo su portada original.
Gracias a este método, el comprador puede leer su texto sin que nadie a su alrededor identifique la obra que está disfrutando. Esta costumbre, relativamente desconocida fuera de Japón, responde a un marcado respeto por la privacidad individual y a una serie de particularidades sociales y culturales que vale la pena explorar.
Una capa protectora de anonimato
Al entrar en una librería japonesa, el cliente escoge su libro, se dirige a caja y, cuando llega el momento de pagar, no espera a recibir simplemente una bolsa con asas, como es habitual en muchos países. En cambio, el vendedor extrae de un dispensador una hoja de papel neutro —generalmente lisa, de un color sobrio y sin logotipos vistosos—, la coloca sobre la tapa frontal del libro y, con destreza, dobla los extremos para cubrir los bordes. A continuación, sujeta la solapa lateral para que la cubierta permanezca oculta. El resultado es un volumen completamente «anónimo»: ni título ni imágenes originales pueden verse. De este modo, el comprador sale con un envoltorio que impide a terceros adivinar el contenido que sostendrá entre manos.
Esta técnica, que a simple vista parece simple, requiere de cierta habilidad. En primer lugar, el dependiente debe colocar la hoja de manera que cubra totalmente la portada sin que sobresalga demasiado y, al mismo tiempo, que el comprador pueda abrir el libro para leerlo allí mismo, si lo desea, sin descubrir su identidad editorial. A veces se añade una pequeña etiqueta adhesiva en el lomo, con el nombre de la librería y un código, para identificar internamente la procedencia del ejemplar. Sin embargo, esta etiqueta suele situarse de forma que, al desplegar la hoja, no interfiera con la lectura. El resultado final es una obra discreta, prácticamente idéntica a cualquier otro libro sin marca que pudiera adquirirse en un quiosco o en una tienda de segunda mano.
¿Cuál es el orígen de esta práctica?
Aunque hoy en día se han popularizado versiones más modernas —algunas librerías incluso ofrecen sobres de papel kraft o fundas de plástico irreconocibles— la costumbre de envolver libros para preservar el anonimato del lector no es nueva. Se remonta, al menos, a mediados del siglo XX, cuando ciertos géneros literarios (novelas románticas, mangas eróticos o revistas sexuales) solían leerse con discreción. En un país donde la vergüenza pública y la opinión de la comunidad pesan, muchos lectores preferían no revelar que tenían interés por temáticas consideradas tabú. Por esta razón, los establecimientos comenzaron a proporcionar ese servicio como un gesto de cortesía hacia el cliente.
Con el paso del tiempo, la costumbre se extendió a todo tipo de publicaciones. No importa si el libro es una obra de literatura clásica, un ensayo filosófico o un manga infantil: cualquier persona que desee mantener su lectura en privado recibe por defecto este envoltorio. Las cadenas de librerías más grandes de Japón —como Kinokuniya, Tsutaya o Maruzen— ofrecen el servicio en todas sus sucursales. Incluso pequeñas librerías independientes, a menudo con un marcado carácter artesanal, siguen esta tradición como símbolo de dedicación al lector.
Esta práctica convive con la venta de e-books y con la creciente lectura en dispositivos electrónicos. No obstante, para muchos japoneses la experiencia de hojear papel sigue siendo insustituible. Y el envoltorio, más que un simple acto de cubrir la portada, representa un compromiso cultural: el valor que se otorga al espacio íntimo del individuo, al derecho de disfrutar de una obra sin estar expuesto a miradas ajenas que puedan juzgar su elección.
Respeto por la intimidad en la sociedad japonesa
El respeto a la privacidad es un rasgo identificable en varios ámbitos de la vida cotidiana en Japón. Desde hace décadas, los japoneses muestran sumo cuidado por no incomodar a los demás: evitan hablar en voz alta en el transporte público, mantienen ordenados los espacios compartidos y procuran no exhibir animosidad en público. Esta actitud, heredada de valores colectivos perfecionados a lo largo de generaciones, se refleja también en el consumo cultural. Nadie quiere mostrar a un tercero que está leyendo un libro con contenido potencialmente polémico o escapista. De ahí que la envoltura neutra funcione como un escudo simbólico contra el escrutinio ajeno.
El concepto de “meiwaku” (迷惑), que puede traducirse como “molestia” o “estorbo”, condiciona muchas interacciones diarias. Cualquier acción que implique riesgo de perjudicar a otro, ya sea de forma directa o indirecta, se evita siempre que sea posible. Leer un libro en un espacio público, por tanto, implica el riesgo de que alguien juzgue el contenido. El vendedor de la librería, consciente de este sentimiento, se encarga de preparar el ejemplar de modo que el usuario no sienta vergüenza o incomodidad al sacarlo en un tren, en una cafetería o en un parque.
En la práctica, bastan unos segundos para envolver el libro, pero el efecto psicológico en el comprador es significativo: percibe que la sociedad —representada en este caso por la librería— respeta su individualidad y su vida privada.
Más allá de la privacidad, una forma de proteger un libro sin necesidad de usar una bolsa

Más allá del valor que tiene para resguardar la privacidad del lector, la costumbre de envolver los libros en una hoja de papel neutro se ha convertido también en una forma práctica de proteger el libro sin necesidad de recurrir a bolsas adicionales. Muchos usuarios, al pedir siempre su cubiertín de papel en la tienda, lo valoran porque evita tener que cargar con una bolsa de plástico o de papel extra, lo que, irónicamente, sirve como justificativo ecológico aunque parezca contradictorio utilizar un papel más. Esta fina lámina permite que el libro salga del establecimiento sin riesgo de que se dañe el lomo o las esquinas, funcionando como un escudo ligero que protege la obra durante el transporte y la lectura en espacios públicos. Así, lo que en un principio era un gesto de cortesía orientado a mantener anónima la obra, ha evolucionado hacia una costumbre que combina comodidad y cuidado del ejemplar: el libro, envuelto, resiste mejor los roces con llaves u otros objetos y no se ensucia con facilidad.
Con el tiempo, los diseños de estas cubiertas de papel dejaron de ser todos iguales para convertirse en pequeñas piezas coleccionables. Cada establecimiento —desde tiendas de videojuegos con sección de libros hasta librerías tradicionales— imprime su propio estilo en el shoten kabā: algunos apuestan por patrones diagonales simples, otros por tipografías limpias que armonizan con las publicaciones de bolsillo, mientras que hay quienes incorporan mapas esquemáticos del local o texturas que evocan superficies rugosas. Incluso en cadenas de segunda mano, el logotipo predomina en medio de un fondo discreto. Esta diversidad de estilos despierta el interés de los lectores, que a menudo guardan varias cubiertas de librerías distintas como una suerte de curiosidad local. Intercambiar y comparar el gramaje del papel, los colores sutiles y los pequeños códigos impresos se ha convertido en un pasatiempo que refuerza el vínculo entre la comunidad lectora y los lugares donde adquieren sus libros.